Cuando tenía seis años vivíamos en San Fernando, en el condominio Las Camelias. Se llamaba así porque en la entrada habían muchos árboles de Camelias que a mi me encantaba sacar para ponérmelas en el pelo. También habían árboles de damáscos en los cuales una vez se me quedó enredado un Yo-yo en uno. Eran dos edificios de cuatro pisos, color verde paco. Nosotros vivíamos en el primer piso, que era el más bacán, porque teníamos patio, y tener departamento con patio es otra hueá. En el patio mi papá hacía asados y me acuerdo que nos sentábamos a comer sandía con harina tostá. En el otro edificio recuerdo que vivía una doctora, era alta y hermosa. Recuerdo verla salir con su pelo castaño siempre peinado y su abrigo largo rojo pasión, paseando un perro Dálmata muy lindo que tenía. Usaba botas con tacos y caminaba como si el mundo fuese de su propiedad. A mí me encantaba mirarla y a los seis años ya sabía que a los dieciocho iba a estudiar medicina sólo para tener un abrigo rojo y un Dálmata. Tengo diecinueve, estudio administración pública y tengo un cuy.
El guardia de la entrada del condominio era gordo, moreno y tenía una pelá. Siempre usaba una camisa celeste con una corbata azul marino y era amigo del jardinero. Esos dos eran amigos míos y muchas veces los veía hacer cruces de madera. Una vez les pregunté para qué eran, el guardia me dijo que para cuando ellos se murieran, para ponerlas en su tumba. No pregunté más.
El jardinero, ese si que era amigo mío, era alto, delgado, y viejo. Quizás no era tan viejo, pero lo recuerdo viejo. Nos salvó la vida una vez que a mi mamá se le quedó prendido el gas y no sé cómo la cocina comenzó a incendiarse mientras mi mamá amarraba a mi hermana en el coche. Tuve que salir corriendo a buscar a Don José para que cortara el gas y nos salvara de la muerte.
Usaba camisa manga corta y un chaleco sin mangas encima, color rojo gastao. Siempre me hacía el mismo truco de magia: tomaba un fósforo y lo quemaba casi entero, luego sacaba un pelo de mi cabeza, lo enrollaba en el fósforo, tiraba y cortaba el fósforo po, la cosa es que el pelo era invisible, no había niún pelo, no tenía nada en la mano con la que pretendía enrollar un pelo en un fósforo quemado. Pasé todo el prekinder y el kinder intentando descubrir el secreto del truco para así poder mostrárselo y conquistar al Fernando, que era el único niño lindo del jardín y del cual estabamos todas enamoradas. Yo decía que si él se llamaba Fernando, yo Fernanda y vivíamos en San Fernando, el destino no podía ser más obvio, estábamos hechos el uno para el otro. Pero no, él se puso a pololear con la Camila creo que se llamaba, y desde ese día ninguna volvió a hablarle a la Camila. Entonces la Camila no tenía amigas en el jardín, pero tenía pololo. Perra.
Un día le dije a Don José "Lo nuestro ha llegado hasta aquí, nos vamos a vivir a Temuco, dígame el secreto del fósforo y el pelo", entonces me enseñó el truco y me sentí tonta por nunca haberlo descubierto.
En el fondo del condominio había un quincho con mesas de piedra y muchos ciruelos. Una vez yo estaba parada en una de las mesas itentando sacar ciruelas de un árbol con una rama. Sin querers pasé a botar una oruga grande, gorda, mutante y asquerosa, la cual cayó justo en el cuello de mi hermano que tiene tres años menos que yo. Entonces la escena es vista desde la altura de una niña de seis años, parada sobre una mesa de piedra, con una rama en las manos, frente al edificio donde vive con su familia:
-Mi hermano de tres años con una oruga gigante en el cuello.
-Mi hermando llorando desesperado al sentir la oruga en el cuello.
-Mi mamá asomada por la ventana gritando "FERNANDA QUÉ LE HICISTE AHORA!!"
-Nada, le cayó una oruga en el cuello!!
-Mi mamá saltando la ventana
-Mi mamá saltando la reja
-Mi mamá corriendo hacia mi hermano
-Mi mamá de un manotazo le saca la oruga que sale volando por los aires.
Ahí, en ese instante, descubrí que mi mamá es una súper heroína.
Y desde ahí también que le tengo fobia a las orugas.
Jue. Linda historia.
ResponderEliminar