lunes, 26 de agosto de 2013

Me transporté, me moví de lugar. Salí de esta cama que me tiene prisionera, dejé atrás y olvidé el dolor de estómago que me tiene mal. Olvidé que hay una bomba de hormonas circulando por mis venas en dirección a mis ovarios, porque abortar es mucho más caro.
Me moví de aquí, retrocedí años y me vi desde fuera, desde arriba, desde ojos ajenos.
Cómo llegué a esto? cómo llegué hasta aquí?
Un poder sobrenatural para obviar y superar lo malo, una habilidad extraterrenal para cerrarme y no permitir dolor alguno, sufrimiento alguno.
Perdí el miedo. Perdí el miedo a atreverme, le perdí el miedo al ridículo y a equivocarme. Perdí el miedo a intentarlo, a jugármela.
Perdí el miedo a llorar, a sentir. A amar y dejarme amar.
Por sobre todo perdí el miedo a amarme y defender mi amor propio. Defender mis ideas e ideales, mis puntos de vista y defender-me.
Voy a cumplir veintidós años la próxima semana, y por primera vez en mucho tiempo no siento que voy a cumplir años y no he hecho nada con mi vida.
He hecho todo, he hecho todo lo que he querido y lo que me corresponde. He hecho todo lo que he podido y sé que es lo próximo que quiero hacer.
Me transporto años atrás, me miro desde lejos... y me cuesta conocerme, me cuesta re-conocerme.
Hace tanto ya que no me siento una niña chica,
me equivoqué tanto que aprendí demasiado.

La felicidad me inunda y me ahoga el sentir que hay más felicidad esperándome. Que soy dueña de mi vida, que soy capaz de soñar y cumplir mis sueños. Que soy dueña de mis ideas y mi cuerpo.
Pequeñas batallas, pequeñitos triunfos así como también otros muy grandes, que me llenan, me hacen sentir viva.

Estoy viva, más viva que nunca

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